Hace pocos días
una amiga se me acercó para preguntarme cómo corregir a alguien sin rayar en el
legalismo. Su pregunta disparó en mí una serie de interrogantes al respecto
hasta el punto de quitarme el sueño. ¿Que relación existe entre el libertino,
el legalista y el libre? ¿Es posible que la libertad de Cristo sea usada como
excusa para convertirnos en licenciosos?
A
menudo, la libertad que hemos obtenido en Cristo es malinterpretada tanto por líderes
como por laicos. Malinterpretar la libertad que nos ha dado Cristo puede
llevarnos desde libertinos hasta legalistas. Ambos igual de pecaminosos.
Para
hablar de la libertad que tenemos en Cristo será necesario hacernos tres
preguntas:
- ¿Qué tan grande es la libertad que nos dio Cristo en la cruz?
- ¿Cada pecado del creyente fue pagado en la cruz del calvario?
- ¿Incluso los pecados que aún no cometemos?
Todo
ahora se trata de si hemos recibido ese pago. Este pago es suficiente para
ayudarnos a pasar por esos momentos desérticos por los cuales todo Cristiano
atraviesa de vez en cuando, los momentos de debilidad carnal, los momentos de
vulnerabilidad emocional. Ese pago es el único capaz de restaurarnos después de
la caiga que nos causa el pecado. Pero Cristo pagó por esos pecados, seamos
libres de culpa y de condenación por medio del arrepentimiento. (Jn 8:32)
Sin
embargo, muchos usan esta libertad que tenemos en Cristo para abusar de ella (Ro
6:1-5). Recuerdo una vez mientras aconsejaba a un joven este me preguntó: “¿entonces
puedo hacer lo que yo quiera y aun así seré salvo?”. Es así comienza el
libertinaje, cuando sabes que Cristo lo pagó todo y entonces ´abusas´ de la
gracia. El licencioso solo piensa en sus propios placeres y no en la voluntad
de Cristo en su vida, y solo buscará maneras de excusar su conducta amoral.
Unos niegan a Dios y viven como les da la gana; otros afirman el amor de Dios
solo para vivir como les da la gana. La diferencia… ninguna.
Entonces, ¿qué? ¿Vamos a pecar porque no estamos ya bajo la ley sino bajo la gracia? ¡De ninguna manera! ¿Acaso no saben ustedes que, cuando se entregan a alguien para obedecerlo, son *esclavos de aquel a quien obedecen? Claro que lo son, ya sea del pecado que lleva a la muerte, o de la obediencia que lleva a la justicia. Pero gracias a Dios que, aunque antes eran esclavos del pecado, ya se han sometido de corazón a la enseñanza que les fue transmitida. En efecto, habiendo sido liberados del pecado, ahora son ustedes esclavos de la justicia. (Ro 6:15-18)
Entonces
están los legalistas. Los que creen que con leyes, normas y dogmas externos
podrán curar la condición del alma. El legalismo no es más que una respuesta
fácil, un remedio barato, un “hackeo” a los problemas que necesitan verdadera
solución. Cambiándole la vestimenta a la hermana, conseguiremos que esta se vea
como Cristiana, pero ello no nos garantiza que será pura. Obligar al hermano a
que esté temprano en el servicio, lograremos que aparente ser puntual, sin
necesariamente cambiar el interés y el deber que este tiene para con sus
hermanos en Cristo.
En Cristo Jesús de nada vale estar o no estar circuncidados; lo que vale es la fe que actúa mediante el amor. Ustedes estaban corriendo bien. ¿Quién los estorbó para que dejaran de obedecer a la verdad? Tal instigación no puede venir de Dios, que es quien los ha llamado. «Un poco de levadura fermenta toda la masa.» Yo por mi parte confío en el Señor que ustedes no pensarán de otra manera. El que los está perturbando será castigado, sea quien sea. Hermanos, si es verdad que yo todavía predico la circuncisión, ¿por qué se me sigue persiguiendo? Si tal fuera mi predicación, la cruz no *ofendería tanto. ¡Ojalá que esos instigadores acabaran por mutilarse del todo! Les hablo así, hermanos, porque ustedes han sido llamados a ser libres; pero no se valgan de esa libertad para dar rienda suelta a sus *pasiones. Más bien sírvanse unos a otros con amor. (Gal 5:6-13)
El
legalismo es una enfermedad social que permea poco a poco en las
congregaciones. Donde los creyentes son compelidos a llevar a cumplir con un
determinado grupo de reglas y acciones en un evangelio que es por fe, no por obras.
Aunque veamos el legalismo un tanto permisible, Este por el contrario, es tan
hediondo y vacuo como el libertinaje.
La
solución: El Espíritu Santo.
Como líderes estamos llamados a predicar la palabra, corregir en amor, exhortar en intimidad, modelar una vida de creyente ejemplar digna de ser imitada y más que todo, Interceder. Es mucho más fácil decir “hermano haga esto o aquello” que decir “sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” y esto último es lo que estamos llamados a hacer. La transformación del libertino en libre solo sucederá cuando, bajo el proceso de discipulado personal, ahormemos la vida de esa persona.
Como líderes estamos llamados a predicar la palabra, corregir en amor, exhortar en intimidad, modelar una vida de creyente ejemplar digna de ser imitada y más que todo, Interceder. Es mucho más fácil decir “hermano haga esto o aquello” que decir “sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” y esto último es lo que estamos llamados a hacer. La transformación del libertino en libre solo sucederá cuando, bajo el proceso de discipulado personal, ahormemos la vida de esa persona.
Contario
al pensamiento arcaico- legalista, las vidas no son transformadas en las
sinagogas. Las vidas son transformadas encima de una rama de un árbol (Lc 19:4),
en medio de una caravana (Lc 7:9), en la madrugada a solas (Jn 3), comprando
botellones de agua (Jn 4), recogiendo higos (Jn 21:20-22). Las vidas no son
transformadas en el altar o en las campañas. La transformación del libertino no
vendrá del legalista, sino del que ha conocido la verdad y la verdad lo ha
hecho libre. Prediquemos la verdadera libertad. Seamos libres.
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